Me
pregunto qué habrá fuera del lenguaje,
si
el lenguaje es la casa del ser,
¿quién
habita a la intemperie?
Me
pregunto qué habrá fuera del lenguaje,
si
el lenguaje es la casa del ser,
¿quién
habita a la intemperie?
La escritura es un
cálculo de probabilidades significativas. La fórmula literaria consiste en
combinar imágenes hasta lograr el máximo de su expresión. El texto como
ecuación que sirva para expresar la equivalencia entre lenguaje y realidad, en
el que las palabras son las variables, la norma gramatical la constante, los
métodos: sustitución, igualación o reducción (metáfora, metonimia o
sinécdoque). Todo ello para alcanzar un resultado: el sentido, que es
interpretación de la imagen. La intertextualidad como un sistema de ecuaciones
empleado para hallar el valor de las incógnitas. A esto lo llamamos especular.
La razón es matemática
y el mundo es una infinita matriz de datos. La escritura es aritmética,
escribir es contar. La mente solo entiende de ser o no ser, códigos binarios;
nuestra visión de la realidad está ordenada por el principio de no
contradicción.
El pensamiento no ha
hecho más que dar giros y más giros sobre el mismo eje: el sentido; el poeta
traslada esta figuración y la hace girar sobre el eje del significante.
Pensamos en el sentido y no reparamos en el signo. La pregunta no es qué
significa sino quién significa.
Interpretamos el papel que nos asigna el
lenguaje.
Toda escritura necesita de un soporte para hacerse visible. La escritura es una de las formas en las que se codifica el ser; el escritor es el sacerdote, dedicado a ligar estos códigos para hacerlos comprensibles.
El yo es un signo que también precisa de un soporte: el cuerpo. El yo se escribe en los cuerpos pero, ¿quién lo escribe? En la fábrica del yo, el yo es la cosa, el objeto; el capital lo produce como mercancía y lo convierte en fetiche. El mercado ofrece un amplio espectro de personalidades dispuestas para el intercambio y a buen precio.
El capital piensa y proclama la idea de la existencia.
El capital encabeza a los cuerpos.
El capital es la conciencia del mundo.
El capital se expresa en signos de valor: números, la esencia del ser pitagórica.
El capitalismo encarna la idea de libertad.
La escritura es ejercicio de poder: el guion.
El capitalismo significa el mundo.
¿Qué significo? ¿Qué significo para quien me está leyendo? Puede ser que quien lea este texto use un sistema de descodificación que ignoro. Yo mismo puedo darle distintos sentidos a este texto, incluso puedo no encontrarle ningún sentido.
Europa se pudre y con ella se descomponen todos sus sistemas de pensamiento. Europa apesta.
No creer en nada es tener una fe ciega en la razón.
Los significados son lo contingente, el signo es lo necesario. Sin signos no hay expresión.
Necesitamos de máscaras para ser personas.
Si
arrancáramos la raíz de las palabras eliminaríamos la lengua y el mundo
enmudecería. No se trata de descender hasta las raíces, sino de descender hasta
el agua.
Los
dioses lo tienen todo dispuesto y el altar está preparado para los sacrificios.
La
marca que exhibe la clientela como signo de pertenencia a la casa, el logotipo
que les identifica y les provee de un estatus; escribir es hacer marcas en la
superficie de un cuerpo.
La
marca necesita extender su huella para hacerse omnipresente y para ello
requiere de la creación de nuevos espacios; conquistado el cuerpo físico nos
procura el cuerpo virtual, en el que nosotros mismos somos marca de la marca.
Así compite con la huella de Dios.
“Pienso, luego existo”; “la religión es el
opio del pueblo”… máximas del saber que devienen eslóganes, el espíritu del
tiempo sabe adaptarse a nuestra indigencia,
Leer
un texto es seguir la dirección de los signos. No hay un adentro del texto, los
signos conducen al afuera. De igual forma no hay un adentro del yo, el ser es
transparencia. A través del yo se ve la otredad.
¿El
texto es objeto o sujeto?, porque aquí no soy solo yo el que escribe, hay una
multitud de voces que me dictan esto que se escribe.
No
hay significados dentro del texto, el significado es también una palabra. El
sentido está donde se acaban las palabras, en el vacío de conceptos; ante este
abismo, el ser enmudece.
El
tiempo es la sucesión de los signos: aritmética. En el principio fue una
explosión de signos; la escritura les dio el orden: cosmogonías. La letra de la
ley produce códigos religiosos y morales: logos,
legere, lex… Adviene el imperio de la ley y los estados comienzan a acuñar
moneda.
El
cultivo de las lenguas da origen al excedente: la literatura, el lenguaje como
mercancía. El signo se convierte, también, en moneda de cambio. El dios Amón
exige a sus súbditos todo el oro del imperio para que el faraón pueda llevarse
el Sol a su tumba.
Quisiera dedicarme
a
la contemplación
serena
de las cosas;
fijar
en mi memoria
las
diversas formas y esencias,
porque
no sé si habrá
una
nueva oportunidad de hacerlo.
Muchas
cosas se están extinguiendo
y
otras tantas se encuentran
en
peligro inminente
de
desaparecer.
No
sé qué puede significar esto,
quizá,
sea un signo de nuestra época,
la
crisis de sentido
en
que nos hallamos inmersos;
como
si no fuésemos
capaces
de interpretar las señales
y ya nada significara nada.
Pronto, no te preocupes,
está al llegar, ya queda poco,
nos pagarán por perder el tiempo;
la productividad ya no dependerá de
nosotros,
la ciencia nos liberará del trabajo
y pasaremos a ser consumidores
autómatas.
Habremos superado la división del
trabajo
y daremos el salto a la división de las
compras,
consumiendo, vorazmente,
para justificar la existencia de la
robótica.
Se nos exigirá holgazanear,
permanecer ociosos y aburridos,
ser fuentes de insaciable necesidad
para no interrumpir el flujo de
producción masivo.
La escasez de recursos dejará de
preocuparnos,
porque nuestra imaginación creadora se
volverá inagotable.
Por primera vez en la historia,
viviremos en un régimen de esclavitud
gozosa,
sin esfuerzos, sin azotes,
porque el dios de las cosas
atenderá con prodigalidad nuestras
plegarias.
La publicidad será la nueva religión
y los directores de marketing sus
sacerdotes.
Nuestra fe será inquebrantable
y, por fin, habrá cesado
la explotación del hombre por el hombre.