miércoles, 29 de noviembre de 2023

Coordenadas

 Enciendo un cigarrillo y escribo algo,

frases sin importancia,

lenguaje, costumbre, hablar solo;

una forma de comunicarme desde los abismos del silencio.

Wittgenstein trataba de hallar

una lógica infalible para el lenguaje.

Wittgenstein era rico,

pero lo arruinó el espíritu.

El espíritu es el gran obstáculo

que se interpone en toda carrera hacia el éxito.

Imagino que escribir es también vivir,

desde que tracé la primera línea de este texto

he recorrido espacio y ha transcurrido tiempo;

las dimensiones que definen

nuestras coordenadas en el universo

y dan signo de nuestra existencia.

lunes, 27 de noviembre de 2023

Lindes

Cuadrado negro sobre fondo blanco. Malevich.

Concebimos el espacio por abstracción, mediante el uso de la forma geométrica, pero seguimos sin hallar una expresión que determine el vacío. En esta imposibilidad, se concreta el marco de nuestra existencia.

viernes, 24 de noviembre de 2023

El mundo como episteme

 


Aquí no entra nadie que no sepa geometría.

Frase grabada en el frontispicio de la Academia de Platón.

 

Para alguien a quien el mundo se le ha vuelto incomprensible, nada peor que darse a leer literatura científica. Se pueden llegar a entender, con más o menos esfuerzo, los modelos explicativos de la física, deleitarse, incluso, en el movimiento armónico con el que un baile de signos edifican su complejo de ecuaciones; pero al cerrar los libros y volver a encarar la realidad evidente, el mundo sigue ocupando la misma incógnita.

Me pregunto si la matemática es la verdadera herramienta que debemos usar para aprehender la naturaleza o si no es más que una eficaz adecuación entre dos representaciones especulares; si esta fe inquebrantable en lo numérico es nuestra forma de seguir rindiendo culto al ideal divino de los pitagóricos.

Quizás, el genio maligno de Descartes estaba dictándole las coordenadas erróneas. Quizás Nietzsche, cuando gritó que Dios ha muerto, nos estaba anunciando el fin de un orden geométrico.

martes, 21 de noviembre de 2023

Derribar los muros

 

Lo cierto es que cada vida es única y por más que nos empeñemos en buscar un modelo a seguir, no existe, en ningún lugar, ejemplo de uno mismo. De igual modo sucede con la escritura, los escritores, aunque usemos el mismo lenguaje, dotamos a cada palabra de un significado distinto bajo el prisma de nuestra singular experiencia. No hay literatura mejor ni peor, solo hay diferentes grados de conciencia y mayor o menor habilidad para transcribir esta realidad inabarcable que nos rodea. Supongo que, por este motivo, me sigo esforzando en escribir, para entender e intentar descubrir los misterios de mi propia existencia. Dejar de escribir, y en algunos momentos lo he hecho, sería, para mí, como estar muerto, ya no sentiría interés alguno por la vida, ni por el mundo y, por ende, ya no necesitaría del lenguaje. Luego está la poesía, que se debate en otro plano, como si los poetas estuviésemos elaborando un diccionario de lo inexpresable con el precario alfabeto de las emociones. Yo quiero creer que nos encontramos en los albores del ser, que la poesía no es más que el balbuceo de un recién nacido que aún no ha aprendido el idioma que nos habrá de hermanar en un ideal común de paz y de justicia.

Un poema debería ser como el pan, porque no hay alma que alimentar cuando no está el estómago lleno y los poderosos, para seguir viviendo en el lujo y la opulencia, necesitan que una parte de la humanidad esté enfrentada con la otra. No hemos aprendido nada de nuestros errores y ninguna religión nos ha enseñado a amar, el pensamiento se halla atrapado en mistificaciones y nuestros actos están gobernados por el egoísmo y la vanidad.

El ejercicio de cualquier manifestación artística se fundamenta en el deseo de traspasar los límites de lo posible. El artista aspira a lo imposible y en ello se sustenta su rebeldía; mientras el hombre vulgar levanta muros, el artista los derriba.

jueves, 16 de noviembre de 2023

Reflexiones

 

La escuela de Atenas. Rafael.

Perdí el sujeto poético, el lenguaje ha ocupado su espacio. Intento abrirme paso en esta selva de nombres en donde no me reconozco. Todo habla, menos yo que he enmudecido. Observo el mundo y no veo su reflejo.

Para este otro que escribe, las vivencias del yo ya se han escrito y él participa de ellas como un mero lector. Entre ambos, se debate un sujeto que no sabe a quién adscribirse. El yo es la hipótesis, lo puesto; el otro, la antítesis como negatividad de la afirmación. De este remolino dialéctico debe surgir la unidad de la síntesis: el texto.

El otro está por construir, el sujeto cartesiano se diluye en la cosa pensada. Hemos empleado tanto tiempo en dudar de la realidad, que ahora es la realidad la que duda de nosotros. Inventar una nueva manera de pensar y que con ello se nos revele otra forma de vivir.

Me preocupa el estado de agitación en el que me encuentro estos últimos días. Lo conozco bien, no quiero volver a descontrolarme. Procuro mantener un estado interior de calma, pero he recuperado el entusiasmo por leer y escribir, la filosofía me está aportando una amplitud de miras que había perdido con la dedicación a la poesía. No sé si volveré a la poesía, por lo pronto necesito llenar este vacío en el que me sumergí después de la publicación del libro. Creo que en él vacié todo el poso que habían dejado en mí las vivencias de los últimos años, una experiencia vital que ahora doy por concluida. Necesito explorar otras vías de conocimiento, nuevos hallazgos que nutran mi experiencia y mi escritura. Me es indiferente el género literario utilizado, solo quiero escribir, plasmar pensamientos, algo que hasta hoy solo había tanteado con miedo e inseguridad. Siento el vértigo de la página en blanco y me atrae, me excita.

Yo soy el que escribe mal, porque si me atreviera a escribir desde mi propio ser lo haría sin metáforas. No soy un poeta, además, no tengo ni idea de lo que es ser un poeta. He leído poesía y me ha encandilado y veo que a los demás también encandila, pero no sé si en los modos de ser de la poesía existe un lugar para mí. ¿Qué ocurre aquí con el lenguaje? ¿Qué significo yo? ¿Acaso me he preocupado de buscar mi significado o he malgastado mi tiempo en la búsqueda de significantes? ¿Podrá alguien entenderme, si ni siquiera yo soy capaz de comprender, mínimamente, lo que me mueve? ¿Por qué interponer un texto entre yo y el mundo? ¿Por qué persistir en la palabra? ¡Oh, el verbo, el logos! ¿No es este, realmente, el dios al que adoramos? Significante y significado no son más que el reflejo de nuestra creencia ancestral en una dualidad cuerpo y alma.

En el poema de Parménides encuentro esta imagen esclarecedora: “una llave de doble sentido” e imagino que así debe de accionar la llave que abra las puertas del conocimiento; una llave que abrirá, simultáneamente, una puerta exterior y otra interna, que me permitirá entrar en dos espacios a un tiempo, conduciéndome hacia el saber del mundo y hacia el saber de mí mismo.

martes, 14 de noviembre de 2023

La red

 

Ya está sintiendo que la historia fluye y le asaltan los viejos esquemas, los referentes, la novela. Otro libro más para publicar, la obra del escritor, el impostor…

No voy a pasar esto a limpio, esto no va a ser un libro, tiene que ser otra cosa. Quizá, colgarlo en la red, allí donde todo se ha vuelto más real. Sin autoría, como un texto escrito por todos los personajes de esta historia. Sí, un relato al que todos pudieran  sumarse, una historia inagotable; escrita en contra de la literatura, de la realidad y de la irrealidad. Crear algo verdaderamente nuevo.

La autoría. ¿Es importante el nombre del autor? Si creemos en que la literatura debe ser la vida ¿existe un solo autor?

Ahora, podemos dar otro paso hacia adelante. Si aceptamos que todos somos los personajes de esta historia, también podríamos admitir que somos sus creadores y de este modo cambiar la realidad.

Teme que cesen estas ráfagas, ser aplastado de nuevo por el plano unidimensional. No debe confiarse, acaba de empezar a escribir después de meses de silencio. Vuelve a preguntarse por el porqué y el para qué de todo esto; pero piensa que esta puede ser la única forma de escribir su novela vida o, quizá, se encuentre al borde de la esquizofrenia y este sea el precio a pagar por escribir vivir. Aun así, siente que algo, definitivamente, se ha desatado.

lunes, 13 de noviembre de 2023

Condiciones de posibilidad

 

Desde el momento en que uno escribe sobre sí mismo, ¿ya está convirtiendo su vida en literatura? ¿O, para el escritor, la vida no es vida hasta que la traslada al lenguaje? La mañana de hoy, contemplándola desde mi ventana antes de que despunten los primeros rayos de luz, solo al plasmarla en el papel es cuando la siento viva.

Vueltas y más vueltas en torno al asunto de la escritura: ¿Escribir, no escribir, sobre qué, para qué, para quién? ¿Poesía, novela, ensayo, autobiografía? Y al final, el más duro de los interrogantes: ¿por qué? Me aburre escucharme todos los días mascullando la misma cantinela; procuro ensordecerme, sumergiéndome compulsivamente en la lectura, el clamor de otras voces alivia mi angustia. Pero al terminar cada libro, vuelve a golpear la misma pregunta: ¿para qué todas estas palabras, infinitas combinaciones de la imposibilidad?

¿Por qué tengo la sensación de que la posibilidad está fuera de la escritura, de que esto no es más que un subterfugio, laberintos de la razón, juegos del lenguaje, apriorismos kantianos? Creer que este idioma que tomo prestado, que no he elegido, puede expresarme, ¿no es acaso un síntoma de delirio? ¿Quién ideó estos caracteres, quién los cargó de sentido? ¿No existe otra manera de alcanzar los significados? El lenguaje es el sostén de la civilización, solo lo salvaje no precisa de signos.

Ahora no sé lo que busco en un poema porque, quizás, sea el momento de dejar de buscar y de ser yo el buscado, pararme aquí y esperar a que alguien o algo me encuentre.

¿Aprender a escribir poesía? No, aprender a ser poeta. Hoy he vuelto a leer a Whitman. Él asistía al nacimiento de un imperio, yo estoy presenciando su caída.

Leo a Heidegger, su “estar en el mundo”, perfectamente explicado por la razón y, sin embargo, no es comparable al sentir el mundo en los versos de un poeta como Whitman. Hay, en la poesía, una superación de lo intelectivo, un trascender de la conciencia hacia algo que no se puede explicar. ¡Pero es preciso vencer tantas dificultades para lograrlo! Ante todo, se debe perseguir una soledad casi inhumana para escuchar esa voz capaz de pronunciar la verdad. Solo en la voz de los grandes poetas se percibe ese desgarro:

 

La prueba directa de aquel que quiera ser el más grande poeta, es el día de hoy. Si no deja que la época inmediata le inunde como grandes oleadas oceánicas…, y si no atrae a su propio país en cuerpo y alma hasta sí, colgándose de su cuello con amor incomparable y hundiendo su músculo fecundo en sus méritos y defectos…; y si no es él mismo la época transfigurada…, y si no se abre ante él la eternidad que hace iguales a todas las épocas y lugares y acontecimientos y formas animadas e inanimadas, y que es el vínculo del tiempo, y que se alza de su vaguedad e infinitud bajo la forma fluida de hoy, y se mantiene con las dúctiles anclas de la vida, y hace que el presente señale el tránsito de lo que fue a lo que será, y se obliga a la representación de esta ola de una hora y de este, uno de los sesenta hermosos hijos de la ola, que se confunda entonces con el común de las gentes y espere su perfeccionamiento…

 

Walt Whitman. Prefacio de la edición de Hojas de Hierba.

 

Antes sentía que lo que escribía iba de mi interior hacia afuera, de algún modo estaba vaciándome y creo que esa fue la causa de la profunda insatisfacción que experimenté. Ahora, siento como si lo que escribo me llegara desde el exterior, como si otro yo me estuviera escribiendo desde fuera y esto me llena. De hecho, procuro evitar caer en las fórmulas acostumbradas, en una manera de escribir que ya me resulta fácil y, como tal, estéril.

De igual forma, no solo en la escritura, también en mí se están operando cambios inevitables, el mero paso de los años me aleja ya de ciertas futilidades. Si de algo han de servir los desengaños es para que comprendamos el preciado don de la autenticidad.

Toda la literatura no es más que la búsqueda de una fórmula que le dé sentido a la vida, porque nuestra mente funciona generando conceptos y habita en el mundo de las ideas. La lucha por encontrar este sentido procede del esfuerzo por conciliar esta dualidad entre el pensamiento y el cuerpo. No entendemos la vida y nunca podremos entenderla, porque la vida no se deja atrapar por los conceptos. Somos el único ser sobre la tierra que aspira a comprenderla, de ahí que también seamos el único ser con conciencia de la muerte. Todo lo escrito está interpretado por lecturas que penetran hasta lo más hondo del sentido, vaciando de símbolos los símbolos; frente a esta devastación, solo la corporeidad de las palabras le servirá al poeta para alcanzar lo real. Que escribir sea como respirar, que la escritura no tenga otro sentido que el de vivir; esto debe entenderse al leer: el texto es solo un ser que respira.

domingo, 12 de noviembre de 2023

La caída

 

Otra vez las dudas paralizan mi escritura. Las dudas sobre el sentido de escribir, sobre el fin que persigo. Pero solo calmo la angustia cuando escribo. Ahora me pregunto sobre el origen de esta angustia que, desde que tengo recuerdo, me ha acompañado. Encuentro respuestas en la filosofía, comienzo a entender que la causa estriba en la construcción del yo. Pienso que he vivido cegado por esa ilusión, por el encantamiento de una personalidad que siempre me ha sido ajena. Al otro, que ha querido ser en la escritura, lo he mantenido atado y amordazado. En este momento, es el otro el que se siente libre y ocupa su lugar en el único espacio en el que queda alguna condición de posibilidad: la literatura.

Mi testimonio no creo que tenga valor considerado individualmente, pero sí como parte de la conciencia del mundo; participar en la corriente del pensamiento y tener esto muy presente, para no caer en la trampa de la vanidad.

Me sorprendo al contemplar este caudal incesante de ideas que fluyen por mi cabeza, un manantial cuyo origen no somos capaces de saber a cuándo o a dónde se remonta. Me conformo con ser parte del cauce y procuro no oponer resistencia.  Resistir la tentación de estructurar, de trabajar todo este pensamiento en bruto para darle una forma que encaje dentro de los límites ya conocidos, huir de los modelos de referencia que acuden a socorrerme: la cultura.

Escribir sin atenerme a ninguna norma, llamémosla, literaria. Escribir como una expresión de mi ser que obedezca únicamente al fluir de mis pensamientos, retratar este caos, este magma que bulle en mi mente.

No importa si me repito, disfruto por el simple hecho de escribir, de ver cómo se traduce mi pensamiento al lenguaje; todas las interconexiones neuronales que se están produciendo en mi cerebro, en este preciso instante, coinciden con esa gran red neuronal de seres humanos que obedecen, también, a estos impulsos nerviosos que nos empujan a la vida.

¿Qué obstáculos pueden darse al escribir? Los obstáculos están en el mundo que  represento en mi mente. Aquí, en el papel, no hay nada, esta es la tabula rasa. Aquí, en el papel, late la posibilidad de representarse un mundo distinto y, de ahí, el vértigo. A esto se le debe añadir el riesgo de que quizá, en dicha representación, no exista un lugar para mí.

 

Piensas que no importa caer eternamente si se logra escapar

¿No ves que vas cayendo ya?

Limpia tu cabeza de prejuicio y moral

Y si queriendo alzarte nada has alcanzado

Déjate caer sin parar tu caída sin miedo al fondo de la sombra

Sin miedo al enigma de ti mismo

Acaso encuentres una luz sin noche

Perdida en las grietas de los precipicios.

 

Vicente Huidobro. Altazor o la caída en paracaídas.

 

Pero para caer hasta el fondo de uno mismo hay que creer en que hay fondo y uno mismo, porque si no, la caída es meramente una figura literaria.


sábado, 11 de noviembre de 2023

La dificultad de ser

Fotograma de la película Orfeo de Jean Cocteau.
En mi dificultad para escribir se manifiesta el síntoma de mi dificultad para ser, como si la hoja en blanco fuera el espejo de mis frustraciones, de todo lo que no soy capaz de emprender, del camino que no me atrevo a recorrer; la sensación de ser incapaz de llenar la primera página y dejarla atrás para continuar el relato de mi posibilidad. Como en los versos de Lorca:

Quiero llorar porque me da la gana
como lloran los niños del último banco,
porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,
pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.

Las cosas del otro lado… al otro lado de la página debe de estar mi realidad, no sé por qué me aferro a esta tabla de salvación; quizá, porque con mis lecturas encontré otra forma de entender el mundo y vi en ellas la deformación de las formas aprendidas.

Tenemos la posibilidad de resignificar el mundo y eso solo lo podemos hacer por medio del lenguaje. Debemos persistir en el lenguaje, descender a sus raíces, al origen de los conceptos. Todo el producto de nuestro pensamiento está sujeto a las palabras. El lenguaje ha fundado civilizaciones, extendido imperios, sustentado creencias, religiones, y ha dotado de entidad a las creaciones nacidas de nuestra imaginación.

La palabra proyecto ahora se me manifiesta en toda su extensión, arrojo estas líneas hacia adelante con la esperanza de enclavarlas en un territorio futuro y que me arrastren hacia allí. Mientras tanto, construyo el puente que me ayude a cruzar el abismo.


jueves, 9 de noviembre de 2023

Amar

Los réditos del amor a nadie le interesan,

no es rentable el amor,

nadie ha hecho fortuna amando sin reservas.

¿Con qué fin nos hacemos daño?

¿Por qué la moneda de cambio siempre es el odio?

Seguimos sin entender el valor

de lo que no tiene precio, ningún

economista ha sido capaz de calcularlo.

Seguimos arruinando vidas

y, en el infierno, los acreedores

concursan para cobrar nuestras deudas.

Las sucursales del espanto

sientan plaza en nuestras almas,

porque el metro cuadrado de conciencia

sale cada vez más barato.

El mundo es una entelequia, una burbuja inflada

por la especulación y la barbarie,

en donde los fondos del corazón se desploman

y ya nadie acude al rescate.



miércoles, 8 de noviembre de 2023

Yo es otro


 

…todo sujeto no representa más que un pliegue gramatical.

Michel Foucault.

 

Me desperté perdido, como si alguien, durante la noche, hubiera entrado sigilosamente en la habitación y me hubiese despojado. Este que despertaba no era yo, me sentía vacío tras el rapto nocturno; aunque pensándolo bien, quizá se tratara de una fuga, de una huida.

Sé que resulta difícil de entender lo que quiero decir, pero intentaré explicarlo. No es que perdiera la memoria ni la conciencia de mi identidad, no, yo sabía perfectamente quién era, pero ese yo ya no estaba conmigo. Así que me quedé tumbado en la cama con la mirada fijamente clavada en el techo, preguntándome por dónde empezar, qué hacer. Eran las seis de la mañana, la hora de levantarme y prepararme para ir al trabajo. Pero hoy no iba acudir a ningún trabajo, porque yo ya no era el profesor que, como cada día, impartiría sus clases en el instituto. No, no podía presentarme en el centro y tratar de ser el mismo de siempre, porque me sentiría un impostor. Ni siquiera llamaría para justificar mi ausencia.

Mi sensación, sin embargo, no era de angustia, sino de una extraña calma; una tranquilidad que hacía mucho tiempo que no experimentaba. De algún modo, me sentía liberado, aunque ignoro si el ser que me había abandonado era el preso o la jaula.

Decidí plantearme cómo iba a empezar este nuevo día y salté de la cama. Me vinieron a la mente, en tropel, una serie de rutinas concatenadas; un instinto maquinal le dictaba órdenes a alguien que ya no estaba allí para obedecer y que no se consideraba interpelado. Por mi cabeza discurría un caudal de obligaciones, de urgencias, un murmullo completamente ajeno a mí, una voz que, poco a poco, se iba ahogando hasta hacerse inaudible.

Comencé a recorrer la casa con la impresión de estar invadiendo un espacio que no era el mío. Estaba contemplando la intimidad de otro; los objetos en los que se cimentaba una vida privada permanecían callados a mi paso, sin contarme sus historias. La casa me resultó fría, deshabitada. Tenía que marcharme de allí.

Fue en ese instante cuando comenzaron los problemas de orden práctico. ¿Quién era ahora? El simple hecho de salir a la calle requería de una identificación y de unas pertenencias. No me quedaba otro remedio que suplantar a mi anterior yo, aunque me pareciese estar cometiendo un fraude. Tomé la cartera y saqué el documento de identidad, por el momento eso era todo lo que necesitaba para poder pasar desapercibido y atender a las necesidades de mera supervivencia.

Es curioso, no me había parado a contemplarme. Me observo en el cristal de un escaparate y, me doy cuenta, de que ni siquiera me reconozco físicamente. Es como si también se hubiera operado un cambio en mi aspecto físico. El cuerpo sigue siendo el mismo, pero me veo distinto, tal vez porque me veo con otros ojos. ¿Cómo  nos ven los otros? Todo el esfuerzo que invertimos en nuestra apariencia y a la que adscribimos nuestra identidad, ¿realmente tiene un reflejo fiel en la mirada de los otros? ¿Estamos seguros de parecer lo que creemos ser? ¿De verdad es necesario tanto cuidado por nuestra imagen? ¿Quién le da forma a nuestros cuerpos? La ropa que vestimos, el peinado, los complementos que usamos, hasta la alimentación y los fármacos que mantienen los estándares de higiene y salubridad recomendables, están pensados por otro. Y, sin embargo, no dudamos de que ese es nuestro yo, aunque estemos siempre intentando parecernos a alguien, ¿a quién? ¿A un espectro creado por la publicidad, que no es más que la manifestación del delirio colectivo?

Por no hablar de todas nuestras ideas, creencias, conocimientos, todo esto a lo que llamamos saber, que no es más que una antorcha que el hombre ha mantenido candente desde que domesticó el fuego hace miles de años, transmitiéndola de generación en generación. Un acervo que solo adquiere sentido si lo enclavamos en la ficción del tiempo, esa gran ilusión. Y, en ese caos, concebimos nuestro proyecto de vida, sostenido en un discurso narrativo elaborado a través del lenguaje: pinturas rupestres, cuñas en tablas de arcilla, alfabetos, símbolos incomprensibles para cualquier otra especie.

Mi preocupación, ahora, es cómo sobrellevar el nacimiento de una nueva conciencia, la escisión de mi subjetividad. Una cifra de guarismos me atribuye una personalidad, sujeto de derechos y deberes. Pero ese ser que podía acudir a un trabajo, obtener una remuneración con la que poder atender a sus necesidades, disfrutar de la  propiedad de las cosas, poseer una identidad nacional, un idioma materno; en suma, ser alguien frente a sí mismo y a los demás, ese ya no soy yo. El que soy ahora solo tiene existencia en el pensamiento y el pensamiento solo adquiere cuerpo en el texto. Soy escritura y solo así me hago real.

lunes, 6 de noviembre de 2023

Todos los fuegos

 


Hoy la tarde es para mí, se dijo mientras cerraba el libro y se acurrucaba en la cama para echar la siesta. “A Mari se le murió el marido y ahora está sola”, la conversación de las dos mujeres en la calle se escuchaba nítidamente en la habitación, mezclada con el ruido del tráfico de las cuatro. Esto es lo que pasa mientras duermes: la vida. Los romanos siguen levantando el primer muro de la ciudad para protegerse de las tribus vecinas, la historia, que sigue aconteciendo. Le vino a la mente un relato de Cortázar que después buscaría para releerlo, no recordaba el título.

Pensó que así podría escribir su anhelada novela, anotando todo lo que le viniese a la cabeza, porque si no, ¿cómo hacer para escribir tantas páginas? Podría ser el método, porque necesitaba escribir o, de lo contrario, terminaría por volverse loco. Este último periodo de dos meses en el desempleo le estaba minando por dentro, la inactividad mental le estaba ablandando los sesos.

Todos los fuegos el fuego, el relato de Cortázar, qué ironía, esto solo podría pasar con Cortázar, la isla lleva días abrasándose bajo las llamas; duermo en un lecho calcinado.

No sé sobre qué están escribiendo los escritores de mi tiempo, sobre religión probablemente, la literatura siempre ha sido una cuestión de fe. Otra ironía, mi hijo en la habitación de al lado estudiando para el examen a los padres de la iglesia: Machado, Juan Ramón Jiménez, etc, etc, etc.

Supongo que cuando digo que esta tarde es para mí, me refiero a que voy a escribir, el resto de lo que hago es para el otro, “yo es otro”, qué diablos quiso decir Rimbaud, qué hacía Rimbaud durante la Comuna de París, lo buscaré más tarde.

¿Necesidad de la literatura? Ninguna. La fe no es necesaria, se puede morir sin creer en nada.

Escribir desde otro lugar, tal vez desde Marte. La literatura futura se hará en otros planetas, allí llevaremos nuestro mundo, el mundus de los romanos y su dios de la guerra. También crearemos ciencia y filosofía; pasarán millones de años y se nos olvidará el quiénes somos y el de dónde venimos y estudiarán nuestros restos para reconstruir nuestras civilizaciones y nuestro pensamiento. Y se lo inventarán todo, claro: religión, literatura… Aunque, tal vez, dejen de necesitar el lenguaje, entonces pasaremos a ser otra cosa.

domingo, 5 de noviembre de 2023

El proyecto

 


 

Me angustia todo este tiempo que parece perdido. No sé si esta dedicación al estudio y la meditación habrán de fructificar en algo. Me aplico la paciencia, no quiero tomar el camino fácil; recurrir a los esquemas que ya conozco me parece falso, una impostura. Por otro lado, tampoco estoy seguro de que todo esto deba fructificar en algo, porque ese “algo” puede revestir múltiples formas. Puede ser que, en otro plano que ignoro, esté progresando. Necesito aislarme, la información que me llega de fuera me parece tendenciosa, la trampa, la rueda para que dé vueltas y más vueltas el ratón en la jaula.

No caer en la trampa: la exigencia de resultados. En el terreno de la especulación filosófica llevamos miles de años sin haber obtenido un resultado ponderable, basta echar una mirada panorámica al estado actual en el que nos hallamos como especie. No hemos sido capaces de dar  respuesta a los problemas más acuciantes; seguimos sin ser capaces de establecer una convivencia pacífica entre nosotros y la explotación de los recursos naturales nos aboca hacia la extenuación del planeta. Con todo, no es de extrañar que muchas mentes brillantes se sientan atraídas por la tentación del silencio y la resignación ante un destino trágico e ineluctable.

Avanzo poco o no avanzo, no es de extrañar que haya llamado a este proyecto “Coordenadas”: en este instante, no sabría decir en qué lugar me encuentro. Continúo con mis lecturas de filosofía, pero mi abordaje es siempre desde una perspectiva literaria, hasta ahora es el que me permite una mayor libertad para el estudio; no me gustan las disciplinas ni los peajes que hay que pagar para continuar el trayecto. Así afronto la lectura de las principales obras. Admiro en ellas su voluntad de magisterio, su sacerdocio. Me peleo con ellas, me impaciento ante la demora por encontrar respuestas. Muchas veces, todo me parece una interminable acumulación de textos, como si se erigieran en una gran pirámide, un fastuoso monumento funerario digno de dar cabida al sepulcro de la verdad. Otras, entiendo que nuestra explicación de la realidad solo puede ser mediada a través del lenguaje y que cualquier otro intento de aprehenderla escapa a nuestras posibilidades. El problema de confiar todo el saber a la escritura es que se acaba creyendo en que el lenguaje tiene siempre la última palabra. A estas alturas, me pregunto si el lenguaje es la única entidad con conciencia de sí misma y el mundo no es más que el objeto de su predicación.

Me disperso en las lecturas, no consigo leer un libro de principio a fin. Pero esto no es de ahora, me lleva sucediendo desde hace bastante tiempo. Sin duda, viene propiciado por la inacabable biblioteca digital a la que tengo acceso. No obstante, me gusta esta sensación de diseñar mi propio itinerario, en el que un libro me va llevando a otro y, así, sucesivamente, en un recorrido que parece ilimitado. Lo escrito es como un universo en expansión que no deja de crecer. Sin embargo, no hago una lectura azarosa, intuyo que existe una ilación que trasciende el argumento de cada obra. Al menos, me gusta creerlo así, como si mi mente fuera capaz de entender los motivos que empujan a esta araña a tejer su red.

Mi curiosidad no se agota, cuanto más leo, más crecen mis ansias de conocer. El caso, es que no existe un solo método, no hay un orden. Cada libro abre una puerta que conduce a otra puerta, a otro libro y, así, en una sucesión interminable, como las galerías infinitas que describió Borges en su Biblioteca de Babel.

No sé si es posible alcanzar un saber absoluto, si, como han pretendido los filósofos, se puede hallar un sistema infalible para la determinación del Todo, porque ese Todo nos desborda y dudo que se deje atrapar en axiomas. Necesitamos fórmulas, hemos creado fórmulas para construir, para destruir y destruirnos, pues tal como decía Hegel, lo positivo lleva en sí lo negativo. Amor y Odio son dos fuerzas en permanente conflicto y, desalienta pensar, que esta lucha es propia de nuestra naturaleza. Nos queda la esperanza de apelar al gobierno de la razón, al logos, a la palabra, que es, precisamente, lo que nos diferencia de los demás seres vivos que habitan este planeta. Una diferencia que nos ha facilitado imponer nuestro dominio, pero que nos debería llevar a tomar conciencia de nuestra responsabilidad como especie para no incurrir en prácticas totalitarias.

 

 

jueves, 2 de noviembre de 2023

El contar de los días


Buscar la palabra exacta, dar a cada palabra su justo valor para, como en una ecuación matemática, lograr resolver el problema planteado.

En poesía, el problema es la expresión artística del ser; el poeta quiere manifestar su experiencia, una experiencia que debe plasmarse en toda su belleza, pues eso es el poema: la figuración de una realidad sublimada. Esta figura representa sus vivencias en un plano soñado, en el cual, a la manera de un arquitecto, va diseñando la ciudad en la que desea habitar. Pero esta ciudad no se construye con ladrillo y cemento, esta ciudad levanta sus edificios con el lenguaje, que es el sostén de la civilización; un lenguaje que el ser humano aún no ha sido capaz de descifrar completamente, un código que todavía sigue albergando demasiadas incógnitas.

El poeta persevera en su obra, a sabiendas de que muchas de sus construcciones serán asoladas por la furia de la incomprensión, convertidas en ruinas que, quizás, alguien reconstruya en un tiempo venidero.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

Idénticos

 

 

Necesitaba centrarme. Era domingo, mediado el mes de diciembre. Aún me quedaba acabar con las evaluaciones del alumnado y decidí salir a dar un paseo. Bajé a la playa buscando el mar, el mar siempre me ha ayudado a centrarme. Para alguien que ha nacido en una isla, el mar marca los límites del territorio y, de alguna forma, también los límites del propio cuerpo. Caminar por la orilla siempre me ha parecido una manera de recoger mis pensamientos, como si la marea me devolviera los restos que han sobrevivido a tantos naufragios. De esta forma, me recompongo y lucho contra este sentimiento de alienación que cada vez me asalta con más frecuencia.

Pues bien, terminado el paseo me monté en el coche y me dirigí a casa con el ánimo renovado. Ya en el trayecto, iba pensando en las lecturas aparcadas que quería retomar, en mi deseado reencuentro con la literatura, del que el ajetreo diario y las preocupaciones me alejan constantemente. Conducía abstraído, elaborando nuevos proyectos, cuando reparé en que delante de mí circulaba un coche idéntico al mío. No hacía ni un mes que lo había comprado y verlo así, desde fuera, me permitió detenerme en detalles que no había observado. Me gustaba, sin ser un vehículo de alta gama, tenía un diseño elegante y moderno. Me sentí satisfecho de la elección que hice al adquirirlo. Con estas frivolidades me entretuve durante el trayecto, hasta que comencé a percatarme de que estaba llegando a casa y el otro coche seguía aún delante de mí. Qué casualidad, me dije, sin darle más importancia. Seguí pensando en lo que haría cuando llegara a casa. Comenzaría con Homero, siempre me ocurría esto cuando me centraba, la necesidad de empezar por el principio y de poner orden. En estos últimos años, había escrito muy poco, aun así, acababa de terminar un libro que no sabía muy bien cómo clasificarlo. De poesía, tal vez, aunque más bien se trataba de reflexiones surgidas a raíz de las lecturas en las que había estado inmerso en este periodo: filosofía, en su mayor parte. Ahora, me apetecía cambiar de registro, quizás una novela o un diario. Escribir, en cualquier caso. Sabía que esta era la única forma de calmar la angustia, una angustia que había ido creciendo con los años, y que no lograba entender el porqué. La literatura era mi centro de gravedad. Desde muy joven, los libros me habían proporcionado un refugio; la ficción siempre me había atraído con más fuerza que la realidad. Pero, llevaba una temporada, en que la realidad había ocupado todo el espacio y, quizás, esta era la causa de la opresión que sentía en el estómago al levantarme de la cama cada mañana.

Lo de mi coche gemelo ya empezó a resultarme extraño, se detuvo en la puerta del garaje y me paré a pensar en que no recordaba a ningún vecino que tuviera este modelo, así que intenté ver quién iba al volante a través de sus retrovisores, pero no conseguía reconocerlo. O sí, el caso es que se parecía a mí y entonces me pasó por la cabeza la idea de que… ¡Bah!, solté una carcajada, esto es lo que pasa cuando se ha leído tanto, la mente empieza a pergeñar historias disparatadas. Pero, cuando ocupó mi plaza, comencé a sentir que el asunto se ponía feo. Aparcó y salió del vehículo -o, debo decir, ¿salí del vehículo?- y se encaminó a tomar el ascensor. Me quedé petrificado, sin poder moverme, un sudor frío comenzó a recorrerme todo el cuerpo y las pulsaciones se me dispararon. Procuré calmarme, pensé que, quizás, estaba sufriendo algún tipo de alucinación debida al estrés de los últimos meses, así que respiré pausadamente, aparqué en una plaza desocupada y me dirigí a casa. Al abrir la puerta, mi corazón volvió a desbocarse, allí estaba yo, sentado en el sofá viendo el televisor. Sentí una fuerte opresión en el pecho y temí que me fuera a dar un infarto, la cabeza comenzó a darme vueltas y estuve a punto de desmayarme. Volví a recuperar el control y corrí hacia la cocina para ocultarme. Aquel individuo no parecía haberse dado cuenta de mi presencia y yo me preguntaba qué hacía escondiéndome en mi propia casa como si fuera un intruso. Lo escuché levantarse e irse al estudio y aproveché para ir al salón y sentarme en el sofá; necesitaba recuperar el equilibrio; se había servido una cerveza y unos frutos secos de aperitivo, como hago yo también al mediodía de los domingos. En la tele daban las noticias. Era mi misma rutina y eso me ayudó a relajarme, tomé un trago de cerveza y me sentí mejor. Pensé que en cualquier momento llegaría Carmen y me tranquilizaría. Pediría cita médica para que me hicieran una revisión, esto debía ser una cuestión de nervios. Los mareos desaparecieron y me terminé de beber la cerveza. Sin duda ya se me estaba pasando, recuperé el pulso y me levanté del sofá dispuesto a entrar en mi estudio para confirmar que allí no había nadie. Justo en ese momento llegó Carmen y él salió del estudio, su rostro estaba pálido, la cogió de la mano y le pidió que se sentara, tenía que contarle algo muy extraño que le había sucedido de camino a casa.