La escuela de Atenas. Rafael. |
Perdí el sujeto
poético, el lenguaje ha ocupado su espacio. Intento abrirme paso en esta selva
de nombres en donde no me reconozco. Todo habla, menos yo que he enmudecido.
Observo el mundo y no veo su reflejo.
Para este otro que
escribe, las vivencias del yo ya se han escrito y él participa de ellas como un
mero lector. Entre ambos, se debate un sujeto que no sabe a quién adscribirse.
El yo es la hipótesis, lo puesto; el otro, la antítesis como negatividad de la
afirmación. De este remolino dialéctico debe surgir la unidad de la síntesis:
el texto.
El otro está por
construir, el sujeto cartesiano se diluye en la cosa pensada. Hemos empleado
tanto tiempo en dudar de la realidad, que ahora es la realidad la que duda de
nosotros. Inventar una nueva manera de pensar y que con ello se nos revele otra
forma de vivir.
Me preocupa el estado
de agitación en el que me encuentro estos últimos días. Lo conozco bien, no
quiero volver a descontrolarme. Procuro mantener un estado interior de calma,
pero he recuperado el entusiasmo por leer y escribir, la filosofía me está
aportando una amplitud de miras que había perdido con la dedicación a la
poesía. No sé si volveré a la poesía, por lo pronto necesito llenar este vacío
en el que me sumergí después de la publicación del libro. Creo que en él vacié
todo el poso que habían dejado en mí las vivencias de los últimos años, una
experiencia vital que ahora doy por concluida. Necesito explorar otras vías de
conocimiento, nuevos hallazgos que nutran mi experiencia y mi escritura. Me es
indiferente el género literario utilizado, solo quiero escribir, plasmar
pensamientos, algo que hasta hoy solo había tanteado con miedo e inseguridad.
Siento el vértigo de la página en blanco y me atrae, me excita.
Yo soy el que escribe
mal, porque si me atreviera a escribir desde mi propio ser lo haría sin
metáforas. No soy un poeta, además, no tengo ni idea de lo que es ser un poeta.
He leído poesía y me ha encandilado y veo que a los demás también encandila,
pero no sé si en los modos de ser de la poesía existe un lugar para mí. ¿Qué
ocurre aquí con el lenguaje? ¿Qué significo yo? ¿Acaso me he preocupado de
buscar mi significado o he malgastado mi tiempo en la búsqueda de
significantes? ¿Podrá alguien entenderme, si ni siquiera yo soy capaz de
comprender, mínimamente, lo que me mueve? ¿Por qué interponer un texto entre yo
y el mundo? ¿Por qué persistir en la palabra? ¡Oh, el verbo, el logos! ¿No es
este, realmente, el dios al que adoramos? Significante y significado no son más
que el reflejo de nuestra creencia ancestral en una dualidad cuerpo y alma.
En el poema de
Parménides encuentro esta imagen esclarecedora: “una llave de doble sentido” e
imagino que así debe de accionar la llave que abra las puertas del
conocimiento; una llave que abrirá, simultáneamente, una puerta exterior y otra
interna, que me permitirá entrar en dos espacios a un tiempo, conduciéndome
hacia el saber del mundo y hacia el saber de mí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario