jueves, 16 de noviembre de 2023

Reflexiones

 

La escuela de Atenas. Rafael.

Perdí el sujeto poético, el lenguaje ha ocupado su espacio. Intento abrirme paso en esta selva de nombres en donde no me reconozco. Todo habla, menos yo que he enmudecido. Observo el mundo y no veo su reflejo.

Para este otro que escribe, las vivencias del yo ya se han escrito y él participa de ellas como un mero lector. Entre ambos, se debate un sujeto que no sabe a quién adscribirse. El yo es la hipótesis, lo puesto; el otro, la antítesis como negatividad de la afirmación. De este remolino dialéctico debe surgir la unidad de la síntesis: el texto.

El otro está por construir, el sujeto cartesiano se diluye en la cosa pensada. Hemos empleado tanto tiempo en dudar de la realidad, que ahora es la realidad la que duda de nosotros. Inventar una nueva manera de pensar y que con ello se nos revele otra forma de vivir.

Me preocupa el estado de agitación en el que me encuentro estos últimos días. Lo conozco bien, no quiero volver a descontrolarme. Procuro mantener un estado interior de calma, pero he recuperado el entusiasmo por leer y escribir, la filosofía me está aportando una amplitud de miras que había perdido con la dedicación a la poesía. No sé si volveré a la poesía, por lo pronto necesito llenar este vacío en el que me sumergí después de la publicación del libro. Creo que en él vacié todo el poso que habían dejado en mí las vivencias de los últimos años, una experiencia vital que ahora doy por concluida. Necesito explorar otras vías de conocimiento, nuevos hallazgos que nutran mi experiencia y mi escritura. Me es indiferente el género literario utilizado, solo quiero escribir, plasmar pensamientos, algo que hasta hoy solo había tanteado con miedo e inseguridad. Siento el vértigo de la página en blanco y me atrae, me excita.

Yo soy el que escribe mal, porque si me atreviera a escribir desde mi propio ser lo haría sin metáforas. No soy un poeta, además, no tengo ni idea de lo que es ser un poeta. He leído poesía y me ha encandilado y veo que a los demás también encandila, pero no sé si en los modos de ser de la poesía existe un lugar para mí. ¿Qué ocurre aquí con el lenguaje? ¿Qué significo yo? ¿Acaso me he preocupado de buscar mi significado o he malgastado mi tiempo en la búsqueda de significantes? ¿Podrá alguien entenderme, si ni siquiera yo soy capaz de comprender, mínimamente, lo que me mueve? ¿Por qué interponer un texto entre yo y el mundo? ¿Por qué persistir en la palabra? ¡Oh, el verbo, el logos! ¿No es este, realmente, el dios al que adoramos? Significante y significado no son más que el reflejo de nuestra creencia ancestral en una dualidad cuerpo y alma.

En el poema de Parménides encuentro esta imagen esclarecedora: “una llave de doble sentido” e imagino que así debe de accionar la llave que abra las puertas del conocimiento; una llave que abrirá, simultáneamente, una puerta exterior y otra interna, que me permitirá entrar en dos espacios a un tiempo, conduciéndome hacia el saber del mundo y hacia el saber de mí mismo.

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