domingo, 5 de noviembre de 2023

El proyecto

 


 

Me angustia todo este tiempo que parece perdido. No sé si esta dedicación al estudio y la meditación habrán de fructificar en algo. Me aplico la paciencia, no quiero tomar el camino fácil; recurrir a los esquemas que ya conozco me parece falso, una impostura. Por otro lado, tampoco estoy seguro de que todo esto deba fructificar en algo, porque ese “algo” puede revestir múltiples formas. Puede ser que, en otro plano que ignoro, esté progresando. Necesito aislarme, la información que me llega de fuera me parece tendenciosa, la trampa, la rueda para que dé vueltas y más vueltas el ratón en la jaula.

No caer en la trampa: la exigencia de resultados. En el terreno de la especulación filosófica llevamos miles de años sin haber obtenido un resultado ponderable, basta echar una mirada panorámica al estado actual en el que nos hallamos como especie. No hemos sido capaces de dar  respuesta a los problemas más acuciantes; seguimos sin ser capaces de establecer una convivencia pacífica entre nosotros y la explotación de los recursos naturales nos aboca hacia la extenuación del planeta. Con todo, no es de extrañar que muchas mentes brillantes se sientan atraídas por la tentación del silencio y la resignación ante un destino trágico e ineluctable.

Avanzo poco o no avanzo, no es de extrañar que haya llamado a este proyecto “Coordenadas”: en este instante, no sabría decir en qué lugar me encuentro. Continúo con mis lecturas de filosofía, pero mi abordaje es siempre desde una perspectiva literaria, hasta ahora es el que me permite una mayor libertad para el estudio; no me gustan las disciplinas ni los peajes que hay que pagar para continuar el trayecto. Así afronto la lectura de las principales obras. Admiro en ellas su voluntad de magisterio, su sacerdocio. Me peleo con ellas, me impaciento ante la demora por encontrar respuestas. Muchas veces, todo me parece una interminable acumulación de textos, como si se erigieran en una gran pirámide, un fastuoso monumento funerario digno de dar cabida al sepulcro de la verdad. Otras, entiendo que nuestra explicación de la realidad solo puede ser mediada a través del lenguaje y que cualquier otro intento de aprehenderla escapa a nuestras posibilidades. El problema de confiar todo el saber a la escritura es que se acaba creyendo en que el lenguaje tiene siempre la última palabra. A estas alturas, me pregunto si el lenguaje es la única entidad con conciencia de sí misma y el mundo no es más que el objeto de su predicación.

Me disperso en las lecturas, no consigo leer un libro de principio a fin. Pero esto no es de ahora, me lleva sucediendo desde hace bastante tiempo. Sin duda, viene propiciado por la inacabable biblioteca digital a la que tengo acceso. No obstante, me gusta esta sensación de diseñar mi propio itinerario, en el que un libro me va llevando a otro y, así, sucesivamente, en un recorrido que parece ilimitado. Lo escrito es como un universo en expansión que no deja de crecer. Sin embargo, no hago una lectura azarosa, intuyo que existe una ilación que trasciende el argumento de cada obra. Al menos, me gusta creerlo así, como si mi mente fuera capaz de entender los motivos que empujan a esta araña a tejer su red.

Mi curiosidad no se agota, cuanto más leo, más crecen mis ansias de conocer. El caso, es que no existe un solo método, no hay un orden. Cada libro abre una puerta que conduce a otra puerta, a otro libro y, así, en una sucesión interminable, como las galerías infinitas que describió Borges en su Biblioteca de Babel.

No sé si es posible alcanzar un saber absoluto, si, como han pretendido los filósofos, se puede hallar un sistema infalible para la determinación del Todo, porque ese Todo nos desborda y dudo que se deje atrapar en axiomas. Necesitamos fórmulas, hemos creado fórmulas para construir, para destruir y destruirnos, pues tal como decía Hegel, lo positivo lleva en sí lo negativo. Amor y Odio son dos fuerzas en permanente conflicto y, desalienta pensar, que esta lucha es propia de nuestra naturaleza. Nos queda la esperanza de apelar al gobierno de la razón, al logos, a la palabra, que es, precisamente, lo que nos diferencia de los demás seres vivos que habitan este planeta. Una diferencia que nos ha facilitado imponer nuestro dominio, pero que nos debería llevar a tomar conciencia de nuestra responsabilidad como especie para no incurrir en prácticas totalitarias.

 

 

2 comentarios:

  1. ¡Antonio! Me parece entender perfectamente cómo te sientes. Vengo tan relajada de mis lecturas anteriores y de una madrugada que para mí ha sido deliciosa, que tengo la necesidad de decirte RESPIRA MUY, MUY PROFUNDO! El saber total no se alcanza nunca. Y no lo digo yo, se lo escuché a la gran Ikram Antaki.
    Un gran saludo!

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