miércoles, 8 de noviembre de 2023

Yo es otro


 

…todo sujeto no representa más que un pliegue gramatical.

Michel Foucault.

 

Me desperté perdido, como si alguien, durante la noche, hubiera entrado sigilosamente en la habitación y me hubiese despojado. Este que despertaba no era yo, me sentía vacío tras el rapto nocturno; aunque pensándolo bien, quizá se tratara de una fuga, de una huida.

Sé que resulta difícil de entender lo que quiero decir, pero intentaré explicarlo. No es que perdiera la memoria ni la conciencia de mi identidad, no, yo sabía perfectamente quién era, pero ese yo ya no estaba conmigo. Así que me quedé tumbado en la cama con la mirada fijamente clavada en el techo, preguntándome por dónde empezar, qué hacer. Eran las seis de la mañana, la hora de levantarme y prepararme para ir al trabajo. Pero hoy no iba acudir a ningún trabajo, porque yo ya no era el profesor que, como cada día, impartiría sus clases en el instituto. No, no podía presentarme en el centro y tratar de ser el mismo de siempre, porque me sentiría un impostor. Ni siquiera llamaría para justificar mi ausencia.

Mi sensación, sin embargo, no era de angustia, sino de una extraña calma; una tranquilidad que hacía mucho tiempo que no experimentaba. De algún modo, me sentía liberado, aunque ignoro si el ser que me había abandonado era el preso o la jaula.

Decidí plantearme cómo iba a empezar este nuevo día y salté de la cama. Me vinieron a la mente, en tropel, una serie de rutinas concatenadas; un instinto maquinal le dictaba órdenes a alguien que ya no estaba allí para obedecer y que no se consideraba interpelado. Por mi cabeza discurría un caudal de obligaciones, de urgencias, un murmullo completamente ajeno a mí, una voz que, poco a poco, se iba ahogando hasta hacerse inaudible.

Comencé a recorrer la casa con la impresión de estar invadiendo un espacio que no era el mío. Estaba contemplando la intimidad de otro; los objetos en los que se cimentaba una vida privada permanecían callados a mi paso, sin contarme sus historias. La casa me resultó fría, deshabitada. Tenía que marcharme de allí.

Fue en ese instante cuando comenzaron los problemas de orden práctico. ¿Quién era ahora? El simple hecho de salir a la calle requería de una identificación y de unas pertenencias. No me quedaba otro remedio que suplantar a mi anterior yo, aunque me pareciese estar cometiendo un fraude. Tomé la cartera y saqué el documento de identidad, por el momento eso era todo lo que necesitaba para poder pasar desapercibido y atender a las necesidades de mera supervivencia.

Es curioso, no me había parado a contemplarme. Me observo en el cristal de un escaparate y, me doy cuenta, de que ni siquiera me reconozco físicamente. Es como si también se hubiera operado un cambio en mi aspecto físico. El cuerpo sigue siendo el mismo, pero me veo distinto, tal vez porque me veo con otros ojos. ¿Cómo  nos ven los otros? Todo el esfuerzo que invertimos en nuestra apariencia y a la que adscribimos nuestra identidad, ¿realmente tiene un reflejo fiel en la mirada de los otros? ¿Estamos seguros de parecer lo que creemos ser? ¿De verdad es necesario tanto cuidado por nuestra imagen? ¿Quién le da forma a nuestros cuerpos? La ropa que vestimos, el peinado, los complementos que usamos, hasta la alimentación y los fármacos que mantienen los estándares de higiene y salubridad recomendables, están pensados por otro. Y, sin embargo, no dudamos de que ese es nuestro yo, aunque estemos siempre intentando parecernos a alguien, ¿a quién? ¿A un espectro creado por la publicidad, que no es más que la manifestación del delirio colectivo?

Por no hablar de todas nuestras ideas, creencias, conocimientos, todo esto a lo que llamamos saber, que no es más que una antorcha que el hombre ha mantenido candente desde que domesticó el fuego hace miles de años, transmitiéndola de generación en generación. Un acervo que solo adquiere sentido si lo enclavamos en la ficción del tiempo, esa gran ilusión. Y, en ese caos, concebimos nuestro proyecto de vida, sostenido en un discurso narrativo elaborado a través del lenguaje: pinturas rupestres, cuñas en tablas de arcilla, alfabetos, símbolos incomprensibles para cualquier otra especie.

Mi preocupación, ahora, es cómo sobrellevar el nacimiento de una nueva conciencia, la escisión de mi subjetividad. Una cifra de guarismos me atribuye una personalidad, sujeto de derechos y deberes. Pero ese ser que podía acudir a un trabajo, obtener una remuneración con la que poder atender a sus necesidades, disfrutar de la  propiedad de las cosas, poseer una identidad nacional, un idioma materno; en suma, ser alguien frente a sí mismo y a los demás, ese ya no soy yo. El que soy ahora solo tiene existencia en el pensamiento y el pensamiento solo adquiere cuerpo en el texto. Soy escritura y solo así me hago real.

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