miércoles, 1 de noviembre de 2023

Idénticos

 

 

Necesitaba centrarme. Era domingo, mediado el mes de diciembre. Aún me quedaba acabar con las evaluaciones del alumnado y decidí salir a dar un paseo. Bajé a la playa buscando el mar, el mar siempre me ha ayudado a centrarme. Para alguien que ha nacido en una isla, el mar marca los límites del territorio y, de alguna forma, también los límites del propio cuerpo. Caminar por la orilla siempre me ha parecido una manera de recoger mis pensamientos, como si la marea me devolviera los restos que han sobrevivido a tantos naufragios. De esta forma, me recompongo y lucho contra este sentimiento de alienación que cada vez me asalta con más frecuencia.

Pues bien, terminado el paseo me monté en el coche y me dirigí a casa con el ánimo renovado. Ya en el trayecto, iba pensando en las lecturas aparcadas que quería retomar, en mi deseado reencuentro con la literatura, del que el ajetreo diario y las preocupaciones me alejan constantemente. Conducía abstraído, elaborando nuevos proyectos, cuando reparé en que delante de mí circulaba un coche idéntico al mío. No hacía ni un mes que lo había comprado y verlo así, desde fuera, me permitió detenerme en detalles que no había observado. Me gustaba, sin ser un vehículo de alta gama, tenía un diseño elegante y moderno. Me sentí satisfecho de la elección que hice al adquirirlo. Con estas frivolidades me entretuve durante el trayecto, hasta que comencé a percatarme de que estaba llegando a casa y el otro coche seguía aún delante de mí. Qué casualidad, me dije, sin darle más importancia. Seguí pensando en lo que haría cuando llegara a casa. Comenzaría con Homero, siempre me ocurría esto cuando me centraba, la necesidad de empezar por el principio y de poner orden. En estos últimos años, había escrito muy poco, aun así, acababa de terminar un libro que no sabía muy bien cómo clasificarlo. De poesía, tal vez, aunque más bien se trataba de reflexiones surgidas a raíz de las lecturas en las que había estado inmerso en este periodo: filosofía, en su mayor parte. Ahora, me apetecía cambiar de registro, quizás una novela o un diario. Escribir, en cualquier caso. Sabía que esta era la única forma de calmar la angustia, una angustia que había ido creciendo con los años, y que no lograba entender el porqué. La literatura era mi centro de gravedad. Desde muy joven, los libros me habían proporcionado un refugio; la ficción siempre me había atraído con más fuerza que la realidad. Pero, llevaba una temporada, en que la realidad había ocupado todo el espacio y, quizás, esta era la causa de la opresión que sentía en el estómago al levantarme de la cama cada mañana.

Lo de mi coche gemelo ya empezó a resultarme extraño, se detuvo en la puerta del garaje y me paré a pensar en que no recordaba a ningún vecino que tuviera este modelo, así que intenté ver quién iba al volante a través de sus retrovisores, pero no conseguía reconocerlo. O sí, el caso es que se parecía a mí y entonces me pasó por la cabeza la idea de que… ¡Bah!, solté una carcajada, esto es lo que pasa cuando se ha leído tanto, la mente empieza a pergeñar historias disparatadas. Pero, cuando ocupó mi plaza, comencé a sentir que el asunto se ponía feo. Aparcó y salió del vehículo -o, debo decir, ¿salí del vehículo?- y se encaminó a tomar el ascensor. Me quedé petrificado, sin poder moverme, un sudor frío comenzó a recorrerme todo el cuerpo y las pulsaciones se me dispararon. Procuré calmarme, pensé que, quizás, estaba sufriendo algún tipo de alucinación debida al estrés de los últimos meses, así que respiré pausadamente, aparqué en una plaza desocupada y me dirigí a casa. Al abrir la puerta, mi corazón volvió a desbocarse, allí estaba yo, sentado en el sofá viendo el televisor. Sentí una fuerte opresión en el pecho y temí que me fuera a dar un infarto, la cabeza comenzó a darme vueltas y estuve a punto de desmayarme. Volví a recuperar el control y corrí hacia la cocina para ocultarme. Aquel individuo no parecía haberse dado cuenta de mi presencia y yo me preguntaba qué hacía escondiéndome en mi propia casa como si fuera un intruso. Lo escuché levantarse e irse al estudio y aproveché para ir al salón y sentarme en el sofá; necesitaba recuperar el equilibrio; se había servido una cerveza y unos frutos secos de aperitivo, como hago yo también al mediodía de los domingos. En la tele daban las noticias. Era mi misma rutina y eso me ayudó a relajarme, tomé un trago de cerveza y me sentí mejor. Pensé que en cualquier momento llegaría Carmen y me tranquilizaría. Pediría cita médica para que me hicieran una revisión, esto debía ser una cuestión de nervios. Los mareos desaparecieron y me terminé de beber la cerveza. Sin duda ya se me estaba pasando, recuperé el pulso y me levanté del sofá dispuesto a entrar en mi estudio para confirmar que allí no había nadie. Justo en ese momento llegó Carmen y él salió del estudio, su rostro estaba pálido, la cogió de la mano y le pidió que se sentara, tenía que contarle algo muy extraño que le había sucedido de camino a casa.

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