Leer
un texto es seguir la dirección de los signos. No hay un adentro del texto, los
signos conducen al afuera. De igual forma no hay un adentro del yo, el ser es
transparencia. A través del yo se ve la otredad.
¿El
texto es objeto o sujeto?, porque aquí no soy solo yo el que escribe, hay una
multitud de voces que me dictan esto que se escribe.
No
hay significados dentro del texto, el significado es también una palabra. El
sentido está donde se acaban las palabras, en el vacío de conceptos; ante este
abismo, el ser enmudece.
El
tiempo es la sucesión de los signos: aritmética. En el principio fue una
explosión de signos; la escritura les dio el orden: cosmogonías. La letra de la
ley produce códigos religiosos y morales: logos,
legere, lex… Adviene el imperio de la ley y los estados comienzan a acuñar
moneda.
El
cultivo de las lenguas da origen al excedente: la literatura, el lenguaje como
mercancía. El signo se convierte, también, en moneda de cambio. El dios Amón
exige a sus súbditos todo el oro del imperio para que el faraón pueda llevarse
el Sol a su tumba.