Otra vez las dudas paralizan mi
escritura. Las dudas sobre el sentido de escribir, sobre el fin que persigo.
Pero solo calmo la angustia cuando escribo. Ahora me pregunto sobre el origen
de esta angustia que, desde que tengo recuerdo, me ha acompañado. Encuentro
respuestas en la filosofía, comienzo a entender que la causa estriba en la
construcción del yo. Pienso que he vivido cegado por esa ilusión, por el
encantamiento de una personalidad que siempre me ha sido ajena. Al otro, que ha
querido ser en la escritura, lo he mantenido atado y amordazado. En este
momento, es el otro el que se siente libre y ocupa su lugar en el único espacio
en el que queda alguna condición de posibilidad: la literatura.
Mi testimonio no creo
que tenga valor considerado individualmente, pero sí como parte de la
conciencia del mundo; participar en la corriente del pensamiento y tener esto
muy presente, para no caer en la trampa de la vanidad.
Me sorprendo al
contemplar este caudal incesante de ideas que fluyen por mi cabeza, un
manantial cuyo origen no somos capaces de saber a cuándo o a dónde se remonta.
Me conformo con ser parte del cauce y procuro no oponer resistencia. Resistir la tentación de estructurar, de
trabajar todo este pensamiento en bruto para darle una forma que encaje dentro
de los límites ya conocidos, huir de los modelos de referencia que acuden a
socorrerme: la cultura.
Escribir sin atenerme a
ninguna norma, llamémosla, literaria. Escribir como una expresión de mi ser que
obedezca únicamente al fluir de mis pensamientos, retratar este caos, este
magma que bulle en mi mente.
No
importa si me repito, disfruto por el simple hecho de escribir, de ver cómo se
traduce mi pensamiento al lenguaje; todas las interconexiones neuronales que se
están produciendo en mi cerebro, en este preciso instante, coinciden con esa
gran red neuronal de seres humanos que obedecen, también, a estos impulsos
nerviosos que nos empujan a la vida.
¿Qué
obstáculos pueden darse al escribir? Los obstáculos están en el mundo que represento en mi mente. Aquí, en el papel, no
hay nada, esta es la tabula rasa.
Aquí, en el papel, late la posibilidad de representarse un mundo distinto y, de
ahí, el vértigo. A esto se le debe añadir el riesgo de que quizá, en dicha
representación, no exista un lugar para mí.
Piensas que no importa caer eternamente
si se logra escapar
¿No ves que vas cayendo ya?
Limpia tu cabeza de prejuicio y moral
Y si queriendo alzarte nada has
alcanzado
Déjate caer sin parar tu caída sin miedo
al fondo de la sombra
Sin miedo al enigma de ti mismo
Acaso encuentres una luz sin noche
Perdida en las grietas de los
precipicios.
Vicente Huidobro. Altazor o la caída en
paracaídas.
Pero para caer hasta el
fondo de uno mismo hay que creer en que hay fondo y uno mismo, porque si no, la
caída es meramente una figura literaria.
Tu conclusión sobre la caída es bien acertada. Siempre que haya fondo y por encima de todo, confianza en ti mismo.
ResponderEliminarEn mi caso particular, tengo la suerte de atravesar una racha muy buena en la que el proceso de creación a la hora de escribir no me supone esfuerzo, al contrario. Lo necesito como una válvula de escape por donde debo verter en palabras lo que la imaginación me dicta. Hubo otra época en que escribía cas siempre para deshacerme de malas experiencias. He sentido la sombra de de la decepción en bastantes ocasiones. Pero a día de hoy debo agradecer que pueda escribir sobre sentimientos y emociones que se traducen en historias muy gratificantes. Y debo agradecer a personas como tu que escriban contenidos que comparto plenamente y que me sirven de apoyo.
Un cordial saludo.