Toda nuestra
epistemología se funda en la idea de tiempo. Sin el constructo de una sucesión
cronológica de los hechos, el castillo sobre el que se elevan las teorías del
conocimiento se viene abajo.
Pero, ¿existe el
tiempo? Para el ser humano sí, evidentemente, según Kant, el tiempo es una forma
de nuestra intuición pura y, tan solo en él, es posible la realidad de los
fenómenos. Necesitamos de un principio a partir del cual ordenar los sucesos,
un origen desde el que comenzar a contar la historia y, allá donde nuestra imaginación
no alcanza, nos topamos con el caos. Así comienza la Cosmogonía de Hesíodo: “En
primer lugar existió el caos”, después los dioses comenzaron a crear el cosmos,
que en griego significa el orden. Así comienza el libro del Génesis: “En el principio
creó Dios los cielos y la tierra”, “la tierra era caos, confusión y oscuridad…”.
En Cosmología el universo comienza con el Big Bang, la Gran explosión, hace
unos 14.000 millones de años y ahí se pone en marcha nuestro reloj cósmico. En el
paso del mito al logos hemos ganado en precisión, pero Cronos sigue devorando a
sus hijos.
Me pregunto qué sería de la humanidad sin la memoria, si en lugar de beber en ese río del Hades que los
antiguos griegos llamaron Mnemosine, lo hiciésemos en las aguas del
Leteo; viviríamos en un solo instante, cometiendo por siempre los mismos
errores, cosechando los mismos aciertos.
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