Pienso en que quizá no vuelva a escribir un poema, siento que la forma del poema ya no me interesa, tengo la impresión de que las formas poéticas ya han dado todo de sí, no lo sé, tal vez sea incapacidad mía, pero no me apetece seguir haciendo ese esfuerzo. De lo que sí estoy convencido es de que hay que explorar nuevas formas de expresión artística, porque el arte no puede languidecer y este propósito es el que me motiva ahora a escribir. Estoy escribiendo de una manera a la que nunca antes me había atrevido, librándome de ataduras, de expectativas, de juicios. Todos estos años de silencio en la escritura, han sido fértiles en lecturas y reflexiones que han ido ocupando su lugar en mi mente. Muchas veces he sentido el caos de ideas en mi cabeza, hasta el punto de temer por perder la cordura; sin embargo, empiezo a comprender que así se construye el saber. Ante la inmensa cantidad de información de la que hoy disponemos se erige nuestra capacidad crítica y no necesitamos una inteligencia artificial para procesarla. Disponemos de una razón natural con una potencia infinita, una razón que nos ha llevado a cometer muchos errores, pero que sigue siendo nuestra única esperanza de salvación. La razón está detrás de todo lo que hacemos, es nuestra manera de procesar las sensaciones, aunque a veces parezca que una mano invisible guía la construcción de nuestro entendimiento. Venimos al mundo y este nos va conceptualizando, constantemente nos vemos confrontándonos con conceptos que han sido definidos por otros y en los que necesitamos encajar para asegurar nuestra supervivencia. Desconceptualizarse es quedarse fuera de la escena, quedarse solo.
Escribir siempre ha sido mi manera de afrontar la soledad. Me he inventado un personaje al que van dirigidas estas palabras, así me empujo a escribir, imaginando que alguien me lee y me escucha. El caso es que ahora busco el comienzo de una historia que no sea la mía, porque sospecho que este yo, del que siempre he escrito, no es más que una invención literaria. Siempre pensé que había más verdad en las páginas de los libros que en la realidad que me rodeaba. Vivir, para mí, era sumergirme en los libros y solo ansiaba que llegara el momento de acabar con mis ocupaciones para continuar la lectura. Con el tiempo, también yo fui capaz de escribir historias y así participar en la construcción de aquel mundo que sentía tan real. Mi ser se nutría de una infinidad de personajes y absorbía todas sus experiencias y emociones. Pero, en este momento, creo que vivir significa salirse del relato que ha invadido la totalidad de los espacios. Siento que la literatura se ha apoderado de la realidad y el mundo se ha convertido en material de ficción. La realidad ha perdido verosimilitud y cuesta creérsela. Así, hemos preferido imaginar un mundo a la medida de nuestros deseos: hemos matado a Dios y liberado al deseo.
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